sábado, 1 de mayo de 2010

EL ELEMENTO HISPÁNICO

La cultura hispana del siglo XVI era la del hombre medieval europeo, más ciertos elementos del mundo árabe. Uno de estos elementos es esa tendencia a unificar indisolublemente los fines del Estado y de la Iglesia. En España existía, entonces, algo así como un “mesianismo temporal”[1] por el cual se unificaba el destino de la Nación y de la Iglesia, siendo la Nación hispánica el instrumento elegido por Dios para salvar al mundo. Esta conciencia de ser la Nación elegida estuvo en la base de la política religiosa de los monarcas españoles Isabel y Fernando y de sus sucesores Carlos V y Felipe II.
Sin embargo, aún cuando en términos generales España había permanecido en su conjunto fiel al catolicismo romano durante el siglo XVI, estuvo lejos de ser uniforme ya que en el ambiente urbano el estamento clerical tuvo un protagonismo determinante, en cambio en el rural, el clero secular fue escaso y de poca formación; por otra parte, el clero regular era casi inexistente. Asimismo existían contrastes geográficos: Castilla se encontraba casi totalmente cristianizado mientras que en Andalucía (Huelva o las Alpujarras) y las montañas del norte (Cantabria, el País Vasco o los Pirineos) apenas tienen ocasión de conocer la doctrina cristiana. Empero, lo que más preocupaba era la existencia de minorías religiosas no cristianas, como los moriscos o los gitanos, pero también los seguidores de distintas reformas religiosas que se engloban como "luteranos", aunque la importancia de estos últimos fuese pequeña [2].
Bajo esta situación, en el año 1492 al terminar la Reconquista española contra los moros, comienza la lucha contra la Reforma protestante. Al mismo tiempo que se realiza el descubrimiento de América y principia la llamada colonización y, además, se efectúa la expulsión de los judíos de todos los reinos de España. Aquello significa la imposición de una ortodoxia y de una uniformidad monolítica, especialmente en lo religioso, que se refuerza bajo la sombra adusta de la Inquisición.
Todo ello es especialmente significativo en un momento en que la idea de misión preside la vida religiosa: en Europa a favor o en contra de los protestantes; en América para la evangelización de los indios, miles de nuevos seres que deben ser convertidos al cristianismo. Queda, entonces, atrás la reconquista religioso-militar en España, y queda por delante la evangelización de América, también religiosa-militar, bajo la inspiración de la Contrarreforma católica romana.
El contexto de las prácticas religiosas en esta época, España tenían ciertas particularidades. En ellas se manifiesta un claro interés por la propagación del uso de la imagen como medio de educación religiosa de unos fieles en su mayoría analfabetos. Existe una clara inclinación por las devociones marianas, de hecho durante la Reconquista, los santuarios se van llenando con imágenes de la Virgen a medida que avanzaban las tropas cristianas por la península ibérica. Pero además, la Iglesia pretende -y evidentemente consigue- extender el sentimiento de que la ubicación de tales emplazamientos no son elección de los hombres sino de la divinidad: de las propias Vírgenes, en sus distintas advocaciones, tal como atestigua la generalidad de las leyendas de apariciones marianas[3].
Desde comienzos del siglo XV, las representaciones paralitúrgicas –como las procesiones y representaciones teatrales- salen al exterior, situándose en los atrios, en las plazas y hasta en las afueras de la ciudad para encontrar más espacio y poder acoger más espectadores. En las procesiones intervenían todas las autoridades civiles y eclesiásticas, además de distintas corporaciones y gremios. Algunas se realizaban en pro de la lluvia o del cese de una epidemia, como remedio, en fin, a cualquier calamidad pública. En esencia dichas actos consistían en salir en peregrinación los eclesiásticos, las autoridades civiles y los fieles, portando imágenes o reliquias consideradas milagrosas, hacia humilladeros o iglesias, donde se celebraban los correspondientes cultos. Las procesiones de disciplinantes era una práctica para la remisión de los pecados mediante la mortificación del cuerpo. Hay pues una visión utilitaria de la religión.Es decir, se realizan las prácticas religiosas con la finalidad de obtener algún favor material: trabajo o dinero, más que la obtención de algo espiritual como la remisión de los pecados o la paz de la conciencia.
Las iglesias incrementan ostensiblemente su ornamentación, llenándose de frescos, estatuas, altares y retablos, al tiempo que se utiliza la imprenta como uno de los resortes más poderosos para poner en manos de un amplísimo sector de público estampas y grabados, considerados como instrumentos de gran eficacia retórica y propagandística. La tendencia a lo fastuoso y recargado se contrapone a la severidad y desnudez ornamental protestante.

[1]Vid Florescano, Enrique. Memoria mexicana. p. 273 passim y Lafaye, J. Quetzalcóatl y Guadalupe: la formación de la conciencia nacional de México, p. 71 passim.
[2]Vid De Vicente, A. Música, propaganda y reforma religiosa en los siglos XVI y XVII: cánticos para la "gente del vulgo" (1520-1620), Madrid, Conservatorio Profesional de Música de Amaniel, 2007.
[3]Vid Fernández, E. “La religiosidad popular sevillana en sus manifestaciones de culto externo” en Destiempos, México, año 3, núm. 15, julio-agosto, 2008.

No hay comentarios:

Publicar un comentario