lunes, 31 de mayo de 2010

CONCLUSIONES


Las culturas prehispanicas más por conveniencia, ante la fuerza del conquistador y su nueva condición de sometidas, se ven en la necesidad de cubrirse bajo el manto del cristianismo. Es decir aceptan o simulan aceptar la nueva religión que imponen y predican los conquistadores españoles con objeto de sobrevivir. Esta decisión provocó un sentimiento de exagerado optimismo entre los primeros frailes mendicantes. En realidad lo que se obtuvo fue una conformidad religiosa de los pueblos prehispánicos por la pérdida de la mayor parte de su cosmovisión, pero que, al resistirse a su pérdida tratan de incrustar o mezclar, en lo posible, con la nuevas creencias que les imponen. Esta situación, a menudo evolucionó hacia nuevas reinterpretaciones religiosas y culturales de una gran validez y extraordinaria vitalidad. Basta echar un vistazo a las fiestas religiosas con las que se veneran a los santos, el "Día de muertos", las peregrinaciones, las danzas, etc. Practicas a todas luces sincréticas. Lo anterior nos lleva a concluir en tres afirmaciones:
• Los indígenas aceptaron sólo externamente el cristianismo. Es decir, los indígenas sólo participaron, y aún hoy, en la forma externa del culto: la asistencia a misa o el bautizo pero sin creer necesariamente en ellos.
• Los indígenas son esencialmente cristianos, aunque con deficiencias mayores o menores según las regiones y la atención de los misioneros.
• Se realizó un mestizaje o sincretismo religioso por medio del cual los indígenas intentaron, sin lograrlo, compaginar el cristianismo con su antigua religión.

lunes, 24 de mayo de 2010

EL PROCESO DE EVANGELIZACIÓN Y EL SINCRETISMO RELIGIOSO (segunda parte)


Para salvar a los indios era preciso mostrar que podían ser cristianos, era preciso que lo fueran; ¿lo fueron? J. Sierra

El choque violento entre aquellas dos grandes civilizaciones –la prehispánica y la española- se materializa en aquel siglo XVI, primero en una lucha material y simultáneamente en una "espiritual". Ambas se les quiere llamar de manera eufemística conquista o encuentro. La primera, de actitud cien por cien bélica se adecua mejor con el término de invasión e imposición militar. La otra, llamada evangelizadora, se adecua mejor con el término desestructuración o aculturación de la cosmovisión prehispánica.
Es menester de este blog tratar sobre la “conquista espiritual”. En particular mostrar que esta evangelización, en realidad, no tuvo el alcance esperado que deseaban los primeros predicadores de la Nueva España. Durante una o dos generaciones después de la Conquista fue un hecho la coexistencia del cristianismo con las religiones prehispánicas y, a pesar de la hostilidad a que fueran sometidas lograron sobrevivir, aunque sea parcialmente. Tal aseveración surge de la experiencia cotidiana, pues aún cuando la mayoría de los habitantes del país se consideran católicos, su practica esta mezclada con muchos y variados elementos de la religión prehispánica. Por tanto, es posible afirmar que la evangelización fue un proceso inacabado, incompleto y, sin lugar a dudas, lleno de un fuerte y marcado sincretismo.
Generalmente al hablar sobre determinada religión nos referimos a dos aspectos:
• Al conjunto de dogmas de fe que se tienen sobre la misma y
• Al conjunto de instituciones, escritos, ritos, liturgias, sacramentos, etc. que se practican dentro de ella.
En ambos aspectos, la tarea de evangelización debió haber dejado su marca. Sin embargo, el conjunto de dogmas no puso ser comprendido por parte de los indígenas, pues les resultaban completamente ajenos. En efecto, para lograr la comprensión del catolicismo, la tarea de la evangelización debió haber sido la conversión individual de cada miembro de la civilización prehispánica a la Iglesia, de tal manera que sólo a través de los años y la predicación constante se hubiera dado una auténtica conversión. Desafortunadamente el uso de la espada y la sinrazón ante la cosmovisión indígena no permitieron que se realizara de esa manera.
El segundo aspecto, es decir, la aceptación de ritos, liturgias, etc. se hizo parcialmente, pues los misioneros admitieron ciertos elementos rituales de las religiones prehispánicas como son las danzas, fiestas, lugares sagrados, etc. que fusionaron con los propios. De igual forma, el uso de la espada y la sin razón actuaron para que se generalizara el uso de los ritos y costumbres cristianas.
Se pueden distinguir entre 1522- 1573 dos grandes etapas en el proceso de evangelización. En la primera, en la que participan Martín de Valencia, Toribio de Motolinía, Domingo de Betanzos, Agustín de la Coruña entre otros, persiguieron y sepultaron todo aquello que les pareciera idolatría: se destruyeron templos, ídolos, códices, etc. de tal manera que se impidió una evangelización profunda, por cuanto se destruyen los símbolos de la cultura que permitirían, a través del tiempo, la transmisión del mensaje de la nueva religión. Lo anterior hubiera significado una aceptación más firme del catolicismo, pues este se hubiera adentrado en las conciencias de los conquistados a través de un diálogo con su cosmovisión [1].
La segunda, en la que ubico a Acosta y Sahagún, se intenta conocer el sistema de pensamiento del indígena con objeto de evangelizar de una manera más profunda; pero era ya un poco tarde: las antiguas traiciones habían sido volcadas en nuevos moldes, los ritos habían sido aniquilados, los antiguos “sabios” morían paulatinamente. A pesar de este interés, en realidad nunca cesó la aniquilación contra la religión prehispánica. Es por ello, que los pueblos conquistados nunca entendieron ni aceptaron completamente la nueva religión. En general, todo se quedó a nivel de ritos, costumbres, ceremonias que ejecutaban más por obligación que por convicción y eso, a su muy particular forma -sincretismo-.
Robert Ricard, en su libro La conquista espiritual de México, señala que:

No consiguieron los indios rechazar por la fuerza la predicación del evangelio, por estar tras de ella el poder militar y político de España; no les fue dable oponerse con razonamientos y discusiones de ideas, debido a su misma ignorancia y porque no se les hubiera permitido erguirse en contra de los dogmas, aun en forma pacífica, si era publica; pero quedaban apegados a sus antiguas ideas y ritos religiosos, amaban sus viejos dioses: no les quedó otra salida, por lo mismo, sino una tenaz y persistente resistencia: no pudiendo defenderse de modo activo, lo hicieron con la inercia y el disimilo.
[...]
Los indios siguen haciendo sacrificios, ya no de seres humanos, pero sí de animales, a los cuales arrancan el corazón, como lo hacían a los hombres. Adoran a sus ídolos escondidos en los templos cristianos, y si se levanta un santuario en donde estuvo un templo antiguo, a quien vienen a venerar es a la vieja deidad. Lo que sucede en realidad, es que los indios han consentido en recibir el bautismo, en hacerse externamente cristianos, pero en el fondo de su corazón no se resuelven a abandonar las antiguas costumbres, las viejas tradiciones y el culto a sus divinidades.


De cualquier forma, la incorporación de la civilización hispánica en la población indígena significó la aculturación del pueblo mesoamericano. En el interior de esta dramática situación de violento proceso de desintegración cultural, el pueblo mesoamericano desea, de ser posible sin traumas, camuflar, tal vez incrustar en el sentido de incorporar a los aportes del pueblo invasor algunos de sus componentes culturales. Afortunadamente, algunos misioneros estuvieron interesados en preservar parte de la cultura prehispánica, aprendieron y usaron sus lenguas, por medio de informantes reconstruyeron el pasado inmediato recién destruido.
Aquel sincretismo, de manera inconsciente, introduce, reconvierte y conserva algo del pasado de las culturas prehispánicas y, almismo tiempo, asimila parte del nuevo ambiente cultural a el que están sometidas. Esto tiene una repercusión muy significativa en los aspectos religiosos.
La cosmovisión del mundo prehispánico -en particular lo relativo a la religión, no era solamente un sistema de creencias acerca de un conjunto de divinidades, sino un concepto mucho más profundo, era un esquema cosmogónico que regía todas las facetas vitales. Por esta razón, los religiosos instrumentalizaron un sistema que permitió abarcar a todos los grupos sociales y todos los aspectos de la vida indígena: relaciones familiares y sociales, métodos de trabajo, actividades, vida privada y comunitaria. Igualmente, sacralizaron y ritualizaron el calendario indígena con fiestas y acontecimientos religiosos en los que las procesiones, el teatro, la música y la danza, tan presentes en las festividades y actos de la religión prehispánica, se convertían en instrumentos metodológicos para transmitir el mensaje evangélico, que al ser protagonizado por los propios naturales, redundaba en su apropiación de las creencias y compresión de los dogmas cristianos.
De esta manera, formas prehispánicas para un contenido cristiano que desembocan en un sincretismo religioso, que asimilaba a Tonantzin, una de las formas de la diosa madre en Mesoamérica, con la Virgen María; o a In tloque in nahuaque –“el amo de lo próximo y lo lejano”-, que aludía a Ometéotl, Señor de la Dualidad, para significar a Dios. Igualmente, podía escogerse a un santo cristiano como denominación suplementaria agregada a la divinidad antigua, de ese modo la divinidad del fuego, el dios Xiuhtecutli era llamado también Xoxeptzin –San José– y Ximeontzin –San Simón–, teniendo en cuenta la avanzada edad de los dos santos. Como vemos, la línea que separaba la idolatría de un cristianismo sincrético era muy fina y quebradiza, lo que provocó un debate entre los propios frailes sobre la metodología empleada en la evangelización.
[1]Vid De Céspedes, C. “Desafíos de la evangelización frente al sincretismo”, en Simposium sobre el indiferentismo religioso en América Latina a la luz de la relación entre cultura y religiosidad, San José de Costa Rica, 1992.

sábado, 1 de mayo de 2010

EL PROCESO DE EVANGELIZACIÓN Y EL SINCRETISMO RELIGIOSO (primera parte)


La Iglesia en los países ibéricos se fue ligando a la Corona de Portugal y España por la debilidad de los Romanos Pontífices de esa época, y por la política absolutista de los reyes hispánicos. Portugal es el primero en obtener dichos beneficios –desde el siglo XIII-. La Santa Sede reconoció la posesión de Portugal sobre las tierras descubiertas y por descubrir sobre todo con respecto al África. Pero, además, el Papado daba a la corona portuguesa un derecho y un deber: la propagación de la Fe entre los pueblos descubiertos o arrebatados al poder Sarraceno.
De esta manera, la Iglesia otorgó a una nación el doble poder de colonizar y misionar, es decir, mezcla lo temporal y lo sobrenatural, lo político y lo eclesial, lo económico y lo evangélico, produciendo de hecho algo así como una teocracia expansiva y militar -de tipo más bien islámico que cristiano, pero frecuente en la Edad Media. Esto fue la base de toda la colonización-evangelización portuguesa y española. Por ello las bulas por las cuales el Papa otorga a los Reyes Católicos las nuevas tierras descubiertas (las bulas Inter Coetera del 3 y 4 de mayo de 1493 y la Eximiae devotionis del 3 de mayo igualmente) lo hacen con dicho principio: se otorgan las tierras y habitantes descubiertos para hacerles participar, como miembros de la Iglesia, de los beneficios del Evangelio [1].
En lo que ahora es México, la cruzada militar es dirigida por Cortés y la cruzada religiosa, dirigida por los frailes. Gómara, capellán de Cortés, expresa la convicción de la misión a su Historia general de las Indias: “Comenzaron las conquistas de indios acabada la de moros porque siempre guerreasen los españoles contra los infieles”. Si la conquista militar de las Indias lleva el sello de la Reconquista, la conquista espiritual lleva el de la Contrarreforma [2].
La civilización hispánica llega a América en la plenitud de su fuerza cultural y guerrera, aun religiosa y se enfrenta con otras civilizaciones que, sobre todo desde el punto de vista tecnológico, son muy inferiores. España, con la ayuda generosa de su pueblo, de sus guerreros sin trabajo, de sus nobles anhelantes de nuevos títulos, de muchos pobres deseosos de enriquecerse y de religiosos y sacerdotes –algunos virtuosos otros no tanto-, emprende la doble conquista político-económica y espiritual. Así, unos y a otros- los de la cruz y los de la espada- los llevaron tan lejos de su tierra tres tipos de motivaciones:
• El poder, la aventura, las riquezas, la explotación.
• La convicción de realizar la tarea de civilizar a personas inferiores, bárbaras.
• El propósito de evangelizar, es decir, de llevar la fe cristiana a paganos sumidos en burdas idolatrías.
Las culturas prehispánicas se inclinan con pavor ante el poderío del arcabuz, de los cañones, del caballo, del perro sanguinario, del guerrero español que tiene armas de hierro y coraza invencible. Toda la civilización prehispánica es derrotada por los españoles y aprovechada en la medida de lo posible. Europa se beneficia de muchos productos agropecuarios de la civilización americana, y de sus minas de oro y plata descubiertas, en parte, por las antiguas civilizaciones americanas.
El español al no comprender la cultura prehispánica arremete contra ella. La concepción de la vida hispánica destruye los fundamentos de la cosmovisión prehispánica, de tal manera que lo poco que queda no es más que un elemento marginal en la cultura de los años venideros.
La evangelización metódica de México no comenzó hasta 1524, con la llegada de los doce primeros misioneros franciscanos, y sin embargo, desde la primera hora, por la presencia del mercedario fray Bartolomé de Olmedo y el sacerdote secular Juan Díaz, el cristianismo fue presentado ya a los indios. El 13 ó 14 de mayo de 1524 desembarcaron en Ulúa los “Doce apóstoles de Nueva España”. El 2 de julio de 1526 llegaron también doce dominicos. El 22 de mayo de 1533 los agustinos se hicieron presentes con siete padres. Los comienzos fueron humildes, pero cada año llegaban nuevos misioneros, y pronto los criollos dieron vocaciones. Para 1559 los franciscanos tenían en México (Nueva España) 80 casas y 380 religiosos; los dominicos 40 casas y 210 religiosos; los agustinos 40 casas y 212 religiosos [3].
No podían ser más dispares los dos elementos: el mítico, mágico, simbólico y místico de la cultura indígena frente al realista, ambiciosos, pragmático, técnico, aventurero de la cultura hispana. Pero además de la heterogeneidad obro la forma del encuentro: brutal y destructor, sin ápice de dialoga, de razón y de respeto. Los naturales perdieron todo lo antiguo, lo suyo, y no pudieron entender lo nuevo, lo advenedizo. Los sobrevivientes del encuentro y sus descendientes se vieron orillados a buscar bajo el dominio español y la fe católica un nuevo sitio en el cosmos.
[1]Vid Espinosa E., "Las ordenes religiosas en la evangelización del Nuevo Mundo" en AA.VV. España medieval y el legado de occidente, México, SEACEX-INAH, 2005.
[2]Vid Florescano, Enrique. Memoria mexicana. p. 273 passim y Lafaye, J. Quetzalcóatl y Guadalupe: la formación de la conciencia nacional de México, p. 71 passim.
[3]Vid Espinosa E., Op. cit.

EL ELEMENTO HISPÁNICO

La cultura hispana del siglo XVI era la del hombre medieval europeo, más ciertos elementos del mundo árabe. Uno de estos elementos es esa tendencia a unificar indisolublemente los fines del Estado y de la Iglesia. En España existía, entonces, algo así como un “mesianismo temporal”[1] por el cual se unificaba el destino de la Nación y de la Iglesia, siendo la Nación hispánica el instrumento elegido por Dios para salvar al mundo. Esta conciencia de ser la Nación elegida estuvo en la base de la política religiosa de los monarcas españoles Isabel y Fernando y de sus sucesores Carlos V y Felipe II.
Sin embargo, aún cuando en términos generales España había permanecido en su conjunto fiel al catolicismo romano durante el siglo XVI, estuvo lejos de ser uniforme ya que en el ambiente urbano el estamento clerical tuvo un protagonismo determinante, en cambio en el rural, el clero secular fue escaso y de poca formación; por otra parte, el clero regular era casi inexistente. Asimismo existían contrastes geográficos: Castilla se encontraba casi totalmente cristianizado mientras que en Andalucía (Huelva o las Alpujarras) y las montañas del norte (Cantabria, el País Vasco o los Pirineos) apenas tienen ocasión de conocer la doctrina cristiana. Empero, lo que más preocupaba era la existencia de minorías religiosas no cristianas, como los moriscos o los gitanos, pero también los seguidores de distintas reformas religiosas que se engloban como "luteranos", aunque la importancia de estos últimos fuese pequeña [2].
Bajo esta situación, en el año 1492 al terminar la Reconquista española contra los moros, comienza la lucha contra la Reforma protestante. Al mismo tiempo que se realiza el descubrimiento de América y principia la llamada colonización y, además, se efectúa la expulsión de los judíos de todos los reinos de España. Aquello significa la imposición de una ortodoxia y de una uniformidad monolítica, especialmente en lo religioso, que se refuerza bajo la sombra adusta de la Inquisición.
Todo ello es especialmente significativo en un momento en que la idea de misión preside la vida religiosa: en Europa a favor o en contra de los protestantes; en América para la evangelización de los indios, miles de nuevos seres que deben ser convertidos al cristianismo. Queda, entonces, atrás la reconquista religioso-militar en España, y queda por delante la evangelización de América, también religiosa-militar, bajo la inspiración de la Contrarreforma católica romana.
El contexto de las prácticas religiosas en esta época, España tenían ciertas particularidades. En ellas se manifiesta un claro interés por la propagación del uso de la imagen como medio de educación religiosa de unos fieles en su mayoría analfabetos. Existe una clara inclinación por las devociones marianas, de hecho durante la Reconquista, los santuarios se van llenando con imágenes de la Virgen a medida que avanzaban las tropas cristianas por la península ibérica. Pero además, la Iglesia pretende -y evidentemente consigue- extender el sentimiento de que la ubicación de tales emplazamientos no son elección de los hombres sino de la divinidad: de las propias Vírgenes, en sus distintas advocaciones, tal como atestigua la generalidad de las leyendas de apariciones marianas[3].
Desde comienzos del siglo XV, las representaciones paralitúrgicas –como las procesiones y representaciones teatrales- salen al exterior, situándose en los atrios, en las plazas y hasta en las afueras de la ciudad para encontrar más espacio y poder acoger más espectadores. En las procesiones intervenían todas las autoridades civiles y eclesiásticas, además de distintas corporaciones y gremios. Algunas se realizaban en pro de la lluvia o del cese de una epidemia, como remedio, en fin, a cualquier calamidad pública. En esencia dichas actos consistían en salir en peregrinación los eclesiásticos, las autoridades civiles y los fieles, portando imágenes o reliquias consideradas milagrosas, hacia humilladeros o iglesias, donde se celebraban los correspondientes cultos. Las procesiones de disciplinantes era una práctica para la remisión de los pecados mediante la mortificación del cuerpo. Hay pues una visión utilitaria de la religión.Es decir, se realizan las prácticas religiosas con la finalidad de obtener algún favor material: trabajo o dinero, más que la obtención de algo espiritual como la remisión de los pecados o la paz de la conciencia.
Las iglesias incrementan ostensiblemente su ornamentación, llenándose de frescos, estatuas, altares y retablos, al tiempo que se utiliza la imprenta como uno de los resortes más poderosos para poner en manos de un amplísimo sector de público estampas y grabados, considerados como instrumentos de gran eficacia retórica y propagandística. La tendencia a lo fastuoso y recargado se contrapone a la severidad y desnudez ornamental protestante.

[1]Vid Florescano, Enrique. Memoria mexicana. p. 273 passim y Lafaye, J. Quetzalcóatl y Guadalupe: la formación de la conciencia nacional de México, p. 71 passim.
[2]Vid De Vicente, A. Música, propaganda y reforma religiosa en los siglos XVI y XVII: cánticos para la "gente del vulgo" (1520-1620), Madrid, Conservatorio Profesional de Música de Amaniel, 2007.
[3]Vid Fernández, E. “La religiosidad popular sevillana en sus manifestaciones de culto externo” en Destiempos, México, año 3, núm. 15, julio-agosto, 2008.

jueves, 15 de abril de 2010

EL ELEMENTO PREHISPÁNICO (segunda parte)


En la primera parte esbocé las características de la religiosidad de las culturas prehispánicas en general. En esta sección describiré algunas prácticas de interés para el tema que estoy tratando. Algunos de ellos muestran un paralelo con ritos católicos.
Existía lo que podemos llamar un paisaje ritual que abarcaba numerosos adoratorios o “lugares sagrados” en todo el paisaje del que también formaban parte la naturaleza como lo demuestra el considerar a ciertas montañas y lagos como sagrados. Esto hace reflexionar como en todo el país se construyen cientos de capillas, o las numerosas cruces diseminadas en cerros o a la orilla de caminos. Aún se consideran sagrados a algunos lugares como el caso del pozo con agua curativa de San Miguel del Milagro en Tlaxcala, por ejemplo.
Apenas existía actividad humana que no requiriera su ritual correspondiente; la compleja serie de ceremonias exigía la participación de numerosas gentes y el empleo de recursos materiales considerables tal como sucede hoy con las fiestas religiosas populares. Había dioses patrones de ciudades, de barrios, de sacerdotes, oficios, la caza, etc. cada uno tenía su adoratorio y sus fiestas como ocurre con el inmenso santoral católico.
Junto al aspecto antropomórfico de los dioses, representados como ídolos, sacerdotes o victimas a inmolar, también había objetos sagrados, como reliquias, de los dioses. Los pueblos que emigraron desde el norte trajeron cada uno un envoltorio (tlaquimilolli) que guardaban en su templo y que contenía objetos sagrados considerados como el corazón de la ciudad. Eran por ejemplo, navajas de pedernal, puntas de maguey, los palos para sacar fuego, cenizas, etc. todos ellos relacionados con los mitos sobre sus dioses.
El canibalismo fue otro rito relacionado con el de los sacrificios humanos en el que los hombres consumen el cuerpo hecho dios del sacrificado. En realidad es una idea semejante a la de la comunión cristiana, con la diferencia de que los antiguos consumían de hecho la carne del dios representada por la victima sacrificada. En otros casos comulgaban con la imagen del dios hecha de semillas de huauhtli (amaranto).
En su cosmovisión, la creencia de la vida eterna para los indígenas significaba, que el alma era inmortal y, una vez salida de este mundo, continuaba viviendo en alguno de los “cielos” en los que creían, sin embargo, a diferencia de las creencias cristianas, aquello no significaba una recompensa ni un castigo. Para ellos no importaba como había vivido el hombre sino las circunstancias en qué había muerto, pues eran ellas las que decidían a que tipo de cielo le correspondía ir.
Algunos símbolos cristianos como la cruz ya gozaban de algún significado para las culturas prehispánicas. La cruz, por ejemplo, era el símbolo de las cuatro direcciones del universo y como tributo de las divinidades de la lluvia y el viento. De la misma forma algunos misterios de la fe católica no eran tan increíbles: la inmaculada concepción también era parte de sus creencias con respecto a la forma en que nació Huitzilopochtli, dios principal entre los mexicas.
La idea del pecado era algo más material que espiritual. Era, más bien, una suerte de intoxicación que había invadido el organismo, la cual era eliminada por la confesión y por la penitencia impuesta en ella, que generalmente era de carácter sangriento. Así, su confesión era de alcances más bien temporales que espirituales [1].

[1]Ricard, R. La conquista espiritual de México. Ensayo sobre el apostolado y los métodos misioneros de las órdenes mendicantes en la Nueva España de 1523-1524 a 1572. p. 100.

jueves, 25 de marzo de 2010

EL ELEMENTO PREHISPÁNICO (primera parte)

El concepto de un mundo dominado por fuerzas sobrenaturales y la necesidad de celebrar ritos religiosos en todas las actividades humanas sugieren la idea de que la religión dominaba a las sociedades prehispánicas. Esta se caracteriza por ser politeísta y por su enorme cantidad de exuberantes ceremonias o rituales que relacionaban a los hombres con sus dioses.
Así, poseían creencias religiosas que informaban los ciclos vitales del hombre y de la sociedad. Nacimiento, madurez, matrimonio iban acompañados de gestos o ritos religiosos. Las ceremonias sagradas precedían al ciclo productor: la recolección, la caza, la pesca, el cultivo de la tierra, así como el comienzo de la guerra entre los pueblos. Fueron originalmente creencias animistas que evolucionaron hasta un panteón muy rico con una fastuosa liturgia en la que los sacrificios humanos constituyeron un elemento importante. De la misma manera, los templos, las grandes plazas, la casa, todos ellos eran espacios de mayor o menor sacralidad en los que el hombre expresaba, a través del ritual, su vínculo con lo sagrado.
Tenían, asimismo, una cosmovisión cíclica y apocalíptica: la dinámica del universo era concebida en forma análoga a la de la naturaleza que nace, crece, llega a su plenitud, decae y muere. Así, pensaban que había diferentes mundos: una sucesión de soles, cada uno de los cuales acaba con una destrucción total para volver a renacer.
Vivían, pues, la creencia de la inestabilidad del cosmos; siempre tenían frente a sí la perspectiva de la catástrofe final, la destrucción de todo lo existente. Por los primeros años el siglo XVI se acercaba a su fin la época cósmica del Quinto Sol; y muchos de ellos pensaban con recelo en el retorno de Quetzalcóatl, el dios que había prometido regresar por el Oriente.
En cuanto al hombre, creían que había sido creado para servir a los dioses; y que era menester ofrecerles sacrificios para seguir gozando de sus dones so pena de sufrir múltiples penalidades. En este contexto, la sangre humana era la mejor ofrenda. El sacrificio humano se celebraba con una piedra de sacrificios, un cuchillo de pedernal y un recipiente para ofrendar los corazones, llamado cuauhxicalli. Revestía gran importancia ya que era la manera de que la muerte siguiera la vida, tal como ocurría en la naturaleza, en la que a lo largo del año había una temporada de secas donde las plantas morían, y una temporada de vida, en que la lluvia hacía renacer los frutos de la tierra, como parte de un ciclo constante. De esta manera el hombre ofrendaba lo más preciado, la sangre y la vida misma, para que a través de la muerte surgiera la vida [1].
No es rara, pues la actitud fatalista, dependiente y resignada de los pueblos prehispánicos. Hay en la mayor parte de su literatura, sobre todo en su poesía, una conciencia muy clara y muy aguda de la precariedad de la existencia humana y de su carácter fugaz. Así también lo demuestra la práctica del autosacrificio. Éste se celebra en la intimidad, como un acto personal de comunicación con los dioses, cuya costumbre era generalizada entre toda la población. Se llevaba a cabo perforándose ciertas partes del cuerpo con puntas de maguey o punzones de hueso, que eran encajados ya ensangrentados en unas bolas de heno llamadas zacatapayoli y todo lo cual quizá era guardado en las cajas ceremoniales llamadas tepetlacalli, para ofrenda a los dioses.

[1] Vid Historia general de México, versión 2000, pp. 201-214 y Luque, E. “El primer ciclo evangelizador hispano y lusoamericano”, en Anuario de Historia de la Iglesia, pp. 115-130.

jueves, 18 de marzo de 2010

DELIMITACIONES

De acuerdo con las preguntas de indagación, hablaré de la religión como un conjunto de prácticas y creencias de una comunidad para relacionarse con lo sagrado o divino. Así, se pretende un acercamiento a las prácticas religiosas antes y después del "encuentro" de las culturas prehispánicas e hispánica del siglo XVI para comprobar el sincretismo religioso fruto de esa amalgama.
Debido a la amplia extensión del tema y al alcance de la bibliografía consultada, me concentraré en abordar el caso de México, sin embargo todo lo mencionado es perfectamente aplicable a otras latitudes del continente, claro está, con sus debidas particularidades. En este sentido, también es necesario acotarlo temporalmente. Así, el periodo de estudio abarcará de 1523-1524 hasta 1572-73, Dicho periodo se caracteriza por la evangelización por parte de las órdenes mendicantes: franciscanos, dominicos y agustinos, el cual termina con la llegada de los jesuitas a México y la secularización de las doctrinas.
Es evidente que la investigación es, en su mayor parte, de carácter documental y; está encauzada a mostrar como se va dando a través de las acciones de los misioneros y conquistadores, en conjunto con la religiosidad, tanto prehispánica como española, el sincretismo religioso que caracterizó al catolicismo practicado en México, no sólo en esa época, sino incluso en la actualidad.
Para reconstruir la génesis del mencionado sincretismo se tomarán en cuenta los siguientes elementos:
• El catolicismo español del siglo XVI, combativo y dogmático, el cual se ve influenciado por la Contrarreforma, la Reconquista de España y la expulsión de los judíos de la misma.
• Las prácticas religiosas prehispánicas cargadas de simbolismo y misticismo y un marcado fatalismo, expresado por ejemplo en la necesidad de realizar sacrificios para que siga existiendo la vida.
• La conversión masiva, forzada y acelerada que conllevo violencia física y de otros tipos.
Lo anterior nos llevará, como conclusión, a reconocer las características que dan muestra del sincretismo de la religión y, con base a esos elementos, poder contestar si la evangelización fue, o no, un proceso incompleto. Es decir, que no se concretó de manera absoluta la evangelización, puesto que las culturas prehispánicos no aceptaron ni entiedieron cabalmente la religión que les predicaron los conquistadores y misioneros españoles